No volverá a vestirse de corto hasta que su equipo devuelva la visita al Athletic Club en los octavos de final de Copa. Ídolo, genio y figura, Messi pasará las Navidades y la entrada del Año Nuevo con los suyos. «Se lo ha ganado y es una decisión mía», dijo Guardiola para cerrar cualquier debate. Y claro, Pep se agarra a los números. Excepcionales: 62 goles en 67 partidos son sinónimo de éxito, garantía de triunfo.
Messi es un tipo diferente. No le hablen de esto ni de aquello. La solución para que se exprese es darle una pelota y espacio para combinar con sus compañeros, a los que hace unas semanas definió como «los mejores que puedo tener y con los que las asociaciones son realmente sencillas». Un fenómeno agradecido.
Los hizo de todos los gustos y colores. Con la izquierda, la derecha. Con la cabeza o de falta. Ejecutando penaltis y de rebote. El repertorio fue inmenso, incluso encadenando actuaciones sublimes que le situaron entre los tres candidatos a conseguir el Balón de Oro, pese a estamparse con la selección argentina en el pasado Mundial de Sudáfrica (casualmente allí no marcó). Memorable fue la noche en la que destrozó al Arsenal en los cuartos de la Champions del pasado curso, consiguiendo un póker de dianas que iluminaron más su sonrisa picarona o los 16 tantos que realizó en la decena de encuentros que el equipo de Guardiola disputó entre el 20 de octubre y el 24 de noviembre. Un espectáculo.
Sencillez. Y todo lo logró sin alzar la voz, sin meterse en ningún lío mediático, atendiendo consignas, encajando golpes y acumulando y sabiendo digerir muy bien los elogios. Nada se le subió a la cabeza. Está bien protegido por el entorno del equipo y por el familiar, que entienden que La Pulga es algo diferente y que cualquier salida de tono podría afectarle. En unos días acaba 2010, el año en el que Messi se consagró como goleador. ¿Qué pasará en 2011? Está capacitado para superarlo.